Por Joan de Pantumaca
En cierta localidad los ciudadanos estaban ya tan
hartos de sus gobernantes que decidieron con buen tino pedir certificados de
encabronamiento. ¿Para qué querían el de empadronamiento si no servía para nada?
Por lo menos así los ciudadanos mostraban su malestar con sus administradores, verdaderos discípulos de
monipodio.
Era tanto el cabreo generalizado que ya nadie confiaba
en nadie y aquello se convirtió en el salvaje oeste. Si pasaba algo grave y se
les ocurría llamar a determinado teléfono para pedir ayuda una voz respondía, “se lo
comunico a mis compañeros”. Algo así como tenga usted la seguridad que no va a
ir nadie. Si pedían cita con sus gobernantes eran recibidos un año de estos. La
apatía y el desinterés se apoderaron de los ciudadanos fiel reflejo de sus
políticos, ¿ o eran los políticos fiel reflejo de sus ciudadanos?
Con el achaque de mejorar los servicios a los ciudadanos
comenzaron a privatizarlos. Tanto es así que al final todo quedó como una gran “privada”.Así ya cada uno de los
ciudadanos tenía su gran privada, del tamaño más/menos que el del sombrero de un mejicano. Y es que
los gobernantes dijeron, no se preocupen señores ciudadanos, que hay privada
para todos, que para eso hemos puesto grandes ventiladores a lo largo de la ciudad
para que reparta toneladas de privada
hasta las elecciones.
Alguien pensó que con la privada se podía abonar los
campos pero por desgracia ya estaban todos construidos. Y es que ya no quedaba
ni árboles, hierbas ni matojos. Bueno quedó un árbol seco pero había que
dejarlo para que allí anidaran los buitres en espera de la carroña. Allí, al
árbol seco, iban llegando los inocentes ciudadanos y tras previa pelea entre la buitrada, eran
engullidos por el buitre mayor. Todo eso lo retransmitía la tele de otra ciudad
cercana donde los ciudadanos de allí verían la suerte o destino de sus vecinos.
En un proceso de acomodo los ciudadanos se
acostumbraron a comer privada, mucho mejor que la manteca colorá de toda la
vida o el “pin abaro” de los americanos. Algunos ciudadanos quisieron comerse
la privada en adobo. Le echaron limón al adobo y se lo cargaron. Otros no le echaron y también se lo cargaron. Se organizó
una guerra sin cuartel.
Mientras algunas concejalas se peleaban por comerse
una privada como del tamaño de una pamela, otros concejales pugnaban por
engullir una como la del tamaño del gorro de Napoleón. Al final un pobre
ermitaño vino al dar en el clavo al preguntarse que porqué tanta batalla por
comerse una privada, con lo buena que estaba la mierda de toda la vida. Desde
entonces los ciudadanos pidieron certificado de encabronamiento y mierda.
Chapó: Hoy a la mierda pura y calentita.
(*) Publicado en el número de la semana del 14 al 27
de febrero de 2007 en Chipiona
Información en la sección Diario de un canalla. Se aconseja leerlo en el
contexto en el que se escribió aunque eso a ulterior criterio del lector.
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