domingo, 15 de noviembre de 2009

LA CIUDAD AZUL


Por José Miranda de Sardi(1899-1936)

Envuelta en la clámide luminosa del Atlántico, Cádiz, la hermosa ciudad de imponderables tradiciones liberales, vibra a diapasón con el ritmo febril de la vida moderna, como un gigantesco caracol marino henchido de armónicas resonancias musicales.

El origen de Cádiz, se pierde en la nebulosa de la prehistoria. Mientras unos historiadores afirman que sus primeros pobladores fueron los fenicios, sostienen otros que los fundadores de Gades o Gadir fueron persas o celtas.

Al cronista sin embargo no le preocupa gran cosa tan debatida cuestión, ya que en estas líneas no se tiende a dilucidar un embarullado lío histórico, sino a constatar y exaltar el siguiente hecho indudable; Cádiz existe.

Es una venturosa realidad, que abre los gajos de sus calles simétricas a los fragantes estremecimientos de las brisas marinas y a la sinfonía azul de las mareas rumorosas. Cuando se entra en Cádiz por primera vez, en tren o en automóvil, después de haber anegado el alma en un lago de ideas blancas sugeridas por las salinas de Puerto Real y San Fernando, siente el viajero la embriaguez divina de las fulgurancias azules.

Para mí, Cádiz es, ante todo y sobre todo, una gran luz azul que irradia su portentosa claridad de lámpara votiva sobre el añil desvaído de la bahía apacible. Y las aguas encantadas de la bahía, aprisionan en su seno de topacio la imagen señorial de Cádiz – Luz, meciéndola dulcemente en su regazo de cristal, lleno de palpitaciones maternales. Por este luminoso fenómeno de espejismo, o de sortilegio brujo, Cádiz desdobla la maravilla de su vigorosa personalidad y vive a un tiempo mismo ceñido por la angustia de sus murallas seculares, y posado como un albatros sobre el espejo de la bahía, sosteniendo quizás en permanente apoteosis por los hombros oferentes de sus tritones y sirenas.


El milagro es tan prodigioso, que si el bosque de chimeneas, jarcias y mástiles de los buques surtos en el puerto no señalara a manera de hito la línea divisoria entre el Cádiz material y tangible, y el irreal y fantástico, el pobre viajero fascinado llegaría a caer en el agua, como esos miopes aturdidos que al pasear su natural torpeza por los salones señoriales tropiezan con los espejos creyéndolos prolongación de las regias estancias.
El cronista ha sentido como nadie la llamada imperiosa de estos mirajes alucinantes y hubiera saciado más de una vez su sed de azul en las aguas somnolientas si la oficiosidad del amigo no le hubiese advertido a tiempo de la doblez hipnótica de sus mágicas transparencias.




Pero no todo en Cádiz es paisaje de abanico ni decoración fantasmagórica. El ritmo vibrante de trabajo tiene también su marco triunfal en la fulgurante <<>> y mezcla sus jadeos atormentados con la epifanía orquestal de las mareas musicales. Cádiz sin perder por ello su condición esencial de ciudad encantada, abre todos sus poros al polen fecundo del trabajo y se impregna, como una esponja de ingentes dinamismos vitales y todos los años muda la piel vistiéndose una nueva túnica de plata, como los ofidios sinuosos o como los crustáceos de nácar que pululan en su caleta.
Con su ponderado bagaje cultural, base inconmovible de su liberalismo histórico, la ciudad azul ama a los niños y a las flores y sorprende al viajero con sus jardines robados al mar, como la joyante alameda de Apodaca y el luminoso paseo de Canalejas, o tatuados en la carne viva de la población, como la plaza de Castelar y la de Mina.
El parque Genovés es otra imperial presea donada por el Atlántico a la ciudad, que la guarda amorosa en el estuche aterciopelado de sus frondas perfumadas, llenas de un ingenuo clamor de voces y risas infatigables mezcladas con temblorosos aleteos de pájaros y geórgicas armonías de surtidores. Al extremo sur del parque se yergue el <<>>, blanco y hospitalario.
Desde alta mar los navegantes contemplaran la alba silueta del hotel como un pañuelo amigo tendido al viento en despedida fraterna, bajo la vigilancia paternal de la torre Tavira. Y el monumento a las Cortes, dolmen moderno erigido a la libertad y al derecho de los pueblos, hablará a las almas insumisas y errantes de los nautas y de los pasajeros de las naos fugitivas, de sagradas rebeldías ciudadanas próximas a plasmar en gestas de motín y de revueltas para restituir sus fueros y prerrogativas al pueblo soberano, brutalmente lapidado por las manos crueles de la injusticia. Bien merece este colosal recuerdo de piedra y bronce las famosas Cortes que dieron a España el primer código fundamental del Estado, crisol de las libertades públicas que aún disfrutamos, no en toda la generosa amplitud que imprimieron a su labor los preclaros patriotas doceañistas.

En el centro de la capital, guardando la misma relación de distancia que en el cuerpo humano el corazón y el estómago, la Casa de Correos levanta su aristocracia espiritual junto a la achaparrada plebeyez de la plaza de Abastos. Ante la primera, hemos pensado en el dolor lacerante que experimentaran los analfabetos abrumados por la grandeza del edificio, inútil para ellos, y hemos abierto nuestra sensibilidad afectiva a los imperios naturales de la piedad, una gran piedad para los hambrientos de espíritu, acaso mayor que la que sentiríamos ante los que supiéramos hambrientos de los manjares y vituallas encerrados en el vientre deforme de la segunda. Pero todos estos hambrientos serán hartos, porque Cádiz, la ciudad azul que abre los gajos de sus calles simétricas a los fragantes estremecimientos de las brisas marinas, hará un día honor a su brillante ejecutoria liberal. No olvidemos que sobre el espíritu luminoso de la ciudad, y envuelto como ella en diafanidades azules, flota el alma atormentada de Fermín Salvochea.


José Miranda de Sardi
Cádiz - Mayo de 1930

DEL LIBRO DE JUAN LUIS NAVAL Y MANUEL JURADO

martes, 10 de noviembre de 2009

Perfil de José Joaquín Gallardo en El Correo de Andalucía



Por Rocío Velís

Lunes por la mañana, en una calle de la Alfalfa. Ajeno al bullicio de su barrio, Gallardo cumple uno de sus rituales más preciados: tomarse los lunes al sol. Un café, el primero de los muchos que le seguirán a lo largo del día y la noche, un cigarro y uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco periódicos sobre la mesa de uno de los típicos bares a los que le gusta ir y donde ya le conocen. Sólo el constante ring de su teléfono móvil interrumpe su momento de relax, el que se toma después de haber trabajado el sábado y el domingo por la tarde en su despacho de la Avenida de la Constitución.
Lector compulsivo de prensa, cuelga el móvil e intenta devorar cada uno de los diarios que compra cada día sin excepción, pero no para recortar el cupón de la vajilla o de la colección de DVD, sino por puro amor a ese arte de contar las cosas. Y es que Gallardo encierra en su corazón un periodista con “vocación frustrada”, como él dice, aunque pudo hacer sus pinitos en alguna radio y como corresponsal de un periódico de Cataluña, cumpliendo lo que le ordenó su madre tras negarse a estudiar Ingeniería: “tú estudia para abogado y después si quieres escribe en los periódicos”.
Quizá por eso entiende tan bien a los plumillas a los que siempre trata amablemente, aunque no por ello se le puede tachar de abogado mediático, pues nunca habla de los casos que se trae entre manos -que no son pocos en 30 años de ejercicio- porque entiende que un abogado debe ser “como un cura” y que lo que el cliente le revela en un despacho no debe salir de allí.
Enganchado al móvil, siempre está dispuesto a atenderlo, aunque esté de viaje o en pleno acto institucional. El decano del Colegio de Abogados recibe ahora más llamadas de lo habitual porque son muchos los que le telefonean estos días para felicitarle por la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, que le fue otorgada hace diez años, pero que no le ha sido impuesta hasta ahora porque nunca “encontraba el momento propicio”. ¿En diez años? Más bien se trata de una cuestión de humildad porque aunque está acostumbrado a la prensa, a las cámaras y a los aplausos como decano del Colegio, no le gusta figurar cuando se trata de algo personal como lo es este reconocimiento. Para él la mejor medalla es un apretón de manos o un abrazo sincero.
Las cuatro mujeres de su casa, su esposa y sus tres hijas, son una de las pasiones de Gallardo, a las que dedica el poco tiempo que le deja su otra pasión: la Justicia, de la que hace gala no sólo en los juzgados, sino también en la vida. A ella le dedica prácticamente las 24 horas del día, entre su despacho y sus obligaciones como decano, cargo que lleva desempeñando desde hace casi 15 años, de los 22 que ya ha consagrado al Colegio. Es el único que ha logrado ser reelegido dos veces en los tres siglos de la entidad.
Hombre profundamente creyente, pertenece a tres hermandades, aunque no se declara un capillita al uso. Se crió en el barrio de San Vicente, aunque su padre era un sencillo agricultor de Mairena del Aljarafe, de ahí su vinculación con la Soledad de San Lorenzo. Por lazos profesionales pertenece a las Siete Palabras y al Silencio, sin olvidar el amor que le profesa a la Virgen de la Macarena, ante la que se casó estando ésta en solemne besamanos.

Sevillano por los cuatro costados, vive al máximo las tradiciones de la ciudad, que le premió con su medalla en 2005, hasta el punto de haber sido el Rey Gaspar en la cabalgata de 1998. Eso sí, ni del Sevilla ni del Betis, de la Selección Española porque no le gusta que le encasillen, va por libre. Sólo el Faraón de Camas ha logrado que Gallardo se deje etiquetar como currista de pro.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

0rigen del juego del ajedrez, por Manuel Jurado Domínguez




El comienzo o la invención de este noble juego, está recogido en un pergamino árabe, que según historiadores cualificados lo sitúan en el siglo XII, y el cual se conserva en el museo británico.

Dicho pergamino árabe, se encuentra traducido al castellano, en la década de los años treinta, (1.934) por el insigne arabista español y sacerdote jesuita D. Félix Pareja, que a su vez lo editó en una sola edición, y cuyas copias, tanto en castellano como en árabe se encuentra en el archivo de la Biblioteca Nacional en Madrid, y del cual transcribo al pié de la letra.

Por lo que toca a su origen, fue su inventor Susan b. Dahir al-Hindi, identificado con una dinastía india, contemporánea de los Omeyas y con los Jerjes. Según nos cuenta a tal propósito el gran jugador, al-Adli al-Rumi, jugador muy renombrado en su tiempo y contemporáneo de los Califas al-Watiq (+227 héjira=842 j.c.), y al-Mutawkkil (+232 héjira=847 j.c.).

Estaba enfermo cierto rey de la India, y la obsesión de su enfermedad se había apoderado de él. Le prescribieron que se distrajera de ésta idea fija por medio de algo agradable que le divirtiera. Con esta ocasión elaboró Susan b. Dahir al-Hindi el juego del ajedrez; y el rey, después de haber expresado su contento y elogio por la invención, le dijo: PIDE UNA RECOMPENSA. El pidió que le diera un dirhem por el primer escaque y que fuese doblado progresivamente este número en cada uno de los escaques restantes.
Repuso el rey: por Dios, que me asombra que un hombre como tú, que ha sido capaz de idear un juego tan maravilloso, no acierte luego a desear más que recompensa tan menguada. Que le den lo que pide. Pero cuando llegó el asunto a oídos de su visir, se presentó este ante el Rey y le dijo: Has de saber, Oh Rey, que aunque vivieras mil años, y afluyesen a ti durante ellos todos los tesoros de la Tierra, no llegarías a poderle pagar lo que te ha pedido.

La cantidad que resulta de doblar el primer en cada uno de los escaques restantes, es 18.446.744.073.709.551.615 dirhen. (Cifra recogida en el pergamino árabe).

Dicen algunos sabios que el número que resulta de doblar progresivamente el número de los escaques del ajedrez es el de las brazas que mide la Tierra; por eso se han construido de ocho escaques por lado (?) (Razonamiento que no entiendo).

Su nombre original del sánscrito, CHATUR-ANGA, que deriva al nombre persa de CHATRANG, (derivación sánscrita de su nombre hindú). Requería el CHATUR-ANGA para su juego cuatro jugadores con ocho piezas cada uno de ellos: cuatro figuras y cuatro peones llamados APACHALAS, que están relacionados con los cuatro cuerpos del ejercito hindú, infantería (Peones), caballería (Caballos), elefantes (Alfiles) y carros de combate (Torres), y en un principio eran los dados los que decidían cual de las piezas debía moverse; su posterior eliminación, sustituyendo el azar por la reflexión y la técnica, marca el paso mas importante en la larga historia del ajedrez.

A partir de la India, las vías de su difusión por el mundo fueron diversas; una de ellas seria la que a través de China introdujo el ajedrez en Japón; la segunda seria la que hizo conocer el juego en Rusia y los países Escandinavos y sobre la que se ha discutido la fecha en que pudo suceder, ya que mientras en el pasado se mantenía la opinión de que el juego fue introducido a raíz de las invasiones de los mongoles y ya bajo su forma árabe, según opiniones recientes de investigadores soviéticos su introducción en la Rusia meridional podría datarse en los siglos V-VI, aun bajo la forma hindú de Chatur-Anga.
El Imperio de Oriente concoideó el juego directamente de los persas; el ZATRIKION (antiguo nombre griego del ajedrez) estaba extensamente difundido en la sociedad bizantina en el siglo VIII. Dados sus frecuentes contactos con el Imperio de Oriente, es poco probable que Occidente hubiese ignorado el juego antes de la expansión árabe. Por otra parte, descubrimientos arqueológicos en la Campania (Italia) y en catacumbas cristianas han valorado la hipótesis de que el juego pasó directamente desde Persia al Imperio Romano ya en los siglos III o IV, no muchos años después de su invención y su introducción en Persia.



De la difusión en Occidente del ajedrez únicamente se puede hablar de una forma exacta tras la expansión de la cultura y la dominación árabe a partir del siglo VIII. Los árabes, que habían aprendido el juego de los persas cuando conquistaron el país (641 después de J.C.), lo llamaron SHATRANJ, que origina su actual nombre AJEDREZ, e introdujeron algunas variaciones en el movimiento de las piezas.



DE COMO EL AJEDREZ LLEGA A SER PATRIMONIO Y CULTURA DE ANDALUCIA

Al conquistar los árabes España, Córdoba tiene la fortuna de ser la Capital del califato y por supuesto hace suya la cultura árabe, y por supuesto entre ellas, recoge el juego del Ajedrez.

Y ello es así, porque el Ajedrez, al ser un juego de origen hindú, fue introducido en la Península Ibérica por un iraquí, (ZIRYAB?) en el siglo IX, por ello Córdoba tiene la fortuna de ser la ciudad donde se jugó por primera vez en el al-Ándalus este noble juego. Conocemos que el emir Muhammadi (852-886) tenía pasión por el Ajedrez y solía jugar con su fatá A`idum que lo dominaba a la perfección.

El Ajedrez era junto al Kurray, (juego parecido al ajedrez que se jugaba con dados) los dos juegos por los que los andalusíes tenían pasión.

En la época de los taifas lo jugaban, tanto cristianos cómo musulmanes del norte y del sur de la Península Ibérica.

El emir taifa de Sevilla Almu'tamid (siglo XI) poseía un juego de ajedrez cuyo tablero era una maravilla de precisión, y cuyas piezas eran de ébano y de madera de sándalo con incrustaciones de oro.

Curiosamente se conserva actualmente dos piezas de ajedrez de marfil de la misma época. Son dos peones de ajedrez de cuatro caras; en una de ellas a una mujer envuelta en manto y sentada sobre un trono, en otra cara a un pavo real, en la siguiente a dos gacelas echadas, y en la última a un guerrero de lanza y escudo.

El ajedrez ha sido siempre jugado por reyes y militares, pues cómo ya dijimos en nuestro primer apartado simbolizaba a las cuatro armas del ejército hindú.

Refiriéndonos al juego de ajedrez del emir de Sevilla Almu'tamid, famosa fue la anécdota que mantuvo con el rey cristiano Alfonso VI y que paso a contarle.

Teniendo el rey Alfonso VI puesto en sitio la ciudad de Sevilla, llegó a sus oídos la maravilla de juego de ajedrez que poseía su enemigo en contienda guerreras, y en una entrevista que mantuvo con él pidió que se lo mostrara. Tan maravillado prendado quedó de él, que le rogó que se lo regalara, a lo cual, el emir que su vez era un gran jugador de ajedrez, y gran practicante de este juego, le propuso el siguiente trato: jugarse en una partida el sitio de Sevilla.

El trato consistió en que si el rey cristiano ganaba la partida, se quedaba con el juego de ajedrez completo y con la ciudad, y si perdía, se quedaba sin juego y a su vez levantar el sitio de Sevilla y retirarse con sus tropas, a lo que el rey muy ufano accedió. Como el avispado lector comprenderá, Alfonso VI cayó en la trampa, perdió la partida, perdió el juego y perdió la ciudad, cosa que el rey no quiso, pero que sus nobles caballeros le obligaron a cumplir su palabra.

De dicha partida cantan los versos de un anónimo poeta:
¿No visteis que el peón (BAYDAQ) de los infieles (KUFFAR) había hecho dama (FARZANA=ALFERZA), mientras nuestro rey (SAH) estaba en las últimas casillas, en el jaque mate (SAH-MATE)?

Precisamente expresión jaque mate deriva del Sah-mate, formado por la palabra árabe sah rey en el ajedrez, (derivada del persa Sah, rey de los persas) y del verbo árabe mat que significa: terminar apresar.




Con todos estos datos comprobados históricamente, llegamos a la conclusión de que el juego del ajedrez es patrimonio y cultura del pueblo de Córdoba y ubicándose en Andalucía y asumiendo dicho patrimonio cultural. Más tarde con el choque de las culturas, cristianas, y árabes en Toledo durante el Siglo XIII fue transmitida por toda la Europa Occidental, y, posteriormente con el descubrimiento de América, se transmitió al resto de los continentes.

Esta segunda parte del trabajo, pertenece al extracto del discurso, que nos comento el insigne arabista cordobés y académico numerario de la REAL ACADEMIA DE CORDOBA, DE CIENCIAS, BELLAS LETRAS Y NOBLES ARTES, Ilmo. Sr. DON ANTONIO ARJONA CASTRO.

Según nos comenta el también académico Ilmo. Sr. DON MANUEL NIETO CUMPLIDO en su libro, "ISLAM Y CRISTIANISMO", en el 1.499, en la época de los Reyes Católicos, El Ajedrez alcanza la categoría de juego de intelectuales y nobles. La arqueta de marfiles, que existe en la localidad de Priego de Córdoba, en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, el fondo de dicha arqueta, es parte de un tablero de ajedrez del siglo XIV (segunda mitad).

En el inventario de bienes del noble Don Pedro de Guzmán (1.479) aparecen las piezas del juego de marfil. También nos cita las alusiones al juego en las poesías cordobesas de Alfonso Alvarez de Villasandino y de Juan Alfonso Baena, que aparte de asegurarnos la ortografía correcta del nombre de Belmez, demuestran la acogida que tuvo el ajedrez entre los hombres más cultos de la sociedad cordobesa de comienzos del siglo XV.

Por ende, señor, ayamos un juez
que sepa muy bien jugar el axedrez
porque conosca quien guarda Belmez
efable limado sin mal consonante.