lunes, 23 de abril de 2007


El Faro de Chipiona, un monumento lleno de secretos históricos.- Su torre estuvo apagada durante la Guerra Civil como medida de seguridad.-

Por Juan Mellado


A lo largo de la historia numerosos reportajes han sido realizados sobre la figura del Faro de Chipiona. La mayoría de ellos con profusión de datos de quién lo hizo, cómo y cuándo. Pero esa enhiesta torre guarda también secretos aún no desvelados para el gran público. Sobre todo, los sucesos ocurridos en torno a la década 30/40, época convulsa en la historia de España y a la que Chipiona y su Faro no fue ajena.

Por aquella época eran tres los funcionarios dedicados a los menesteres propios de ayudar a la navegación desde el Faro con sus turnos y guardias correspondientes. Claro que cuando estalló la Guerra Civil en 1936 no hizo falta tal dedicación porque por orden de la superioridad permaneció apagado hasta el 11 de marzo de 1939. Tras estallar el Movimiento, los tres fareros encargados fueron investigados por la superioridad. Así lo demuestra un escrito del Ingeniero Jefe Provincial de Obras Públicas, fechado en septiembre de 1936, dirigido al alcalde de la localidad y en el que le pregunta sobre el grado de adhesión o no de los funcionarios a la sublevación y sobre su etapa durante el gobierno de la República. Hasta ahora no se ha hallado documento de respuesta del alcalde aunque debe precisarse que los funcionarios siguieron en sus puestos.

Una visita realizada el 6 de agosto de 1936 por el Ingeniero Encargado refleja la comprobación del cumplimiento del servicio especial de vigilancia ordenado por la autoridad militar, tareas que preferentemente hacían los falangistas. Al mismo tiempo, en un lenguaje eufemismo afirma que “ visito las obras del aljibe que se paralizaron por las circunstancias sociales y políticas, pero que se reanudan nuevamente”. Entre 1936 y 1939, el Faro se libra de ser bombardeado ya sea por aviación o desde el mar.
Es el 11 de marzo de 1939, a punto de finalizar la Guerra Civil, cuando se enciende de nuevo el Faro tras solicitarlo de Autoridad de Marina. A pesar de las nuevas circunstancias civiles y militares el Torrero Encargado del Faro parecía no enterarse. Como lo demuestra una visita allá por el frío mes de enero de 1940 por un inspector de la Demarcación en la que alude a que nuevamente se encuentra el aparato sucio por lo que amonesta al Encargado. La amonestación llega a la cima cuando observa que en el edificio no está izada la Bandera Nacional, algo muy serio en la época.

Pero el suceso más rocambolesco ocurre el mismo mes de enero de un año después, en 1941. Era más de medianoche cuando visita el Faro por sorpresa nada más y nada menos que el Ingeniero Jefe del Servicio Central del Ministerio de Obras Públicas. El relato de este Jefe no tiene desperdicio y así se transcribe: “ Al subir a la linterna durante el segundo turno para vigilar la marcha de la rotación encontré en la cámara de descanso al encargado del Faro Sr... , acostado con otro hombre en un camastro siendo dicho hombre, según dicen, llamado para auxiliarle en el que ellos han calificado de penoso trabajo, quedando demostrado lo mucho que le preocupa el servicio del Faro, siendo de justicia aplicar la oportuna sanción”.
El mismo Ingeniero recuerda que desde 1939 amonesta al encargado por la falta de limpieza y engrase del aparato por lo que manifiesta que no es de confianza para regentar el Faro dadas las circunstancias de aquella época, era ya la Segunda Guerra Mundial, y la importancia del edificio para la navegación.
El suceso no acabó ahí porque esa misma noche y tras redactar el informe correspondiente el ingeniero fue al parecer, cogido por el cuello por el encargado para que rompiera dicho informe o le iba en ello la vida. Afortunadamente el ingeniero no venía sólo ya que una escolta del Servicio Central empuñó su pistola reglamentaria y se la puso en la sien al ofuscado farero por lo que desistió de su intención. A pesar de la gravedad de los incidentes sólo fue suspendido un año de empleo y sueldo.

Años después merece espacial atención la figura de Javier Marquina, uno de los hombres que más hizo por elevar la categoría de Chipiona y de los temas relacionados con la navegación.
El 23 de noviembre de 1946 visita el Faro en el mismo día en que el Ayuntamiento de Chipiona le concede el Título de Hijo Adoptivo, bajo el mandato del alcalde José María Miranda Nieto, y en que inauguraban el monolito instalado en su honor. Subsecretario del Ministerio de Obras Públicas, Marquina tenía un proyecto de puerto pesquero en Chipiona, infraestructuras de calles y viviendas de magisterio. Pavimentó y aceró la actual Avenida del Faro, por aquel entonces denominada Queipo de Llano, y pendiente su iluminación. 
El día del nombramiento como Hijo Adoptivo fue toda una fiesta en la población que le recibió con aclamaciones y banderitas. Su muerte prematura el 13 de diciembre de este mismo año, a escasos días de su nombramiento como Hijo Adoptivo, cayó como un jarro de agua fría en Chipiona al desvanecerse todos los proyectos pendientes para la localidad. Durante muchos años se ha especulado en Chipiona, sin ninguna prueba, sobre esta muerte repentina que supuso un retraso para el progreso de la localidad.

EL DATO TÉCNICO.-
El Faro de Chipiona es el más alto de España, el tercero de Europa y el quinto del mundo. Son 72 metros sobre el nivel del mar y 69 sobre el terreno hasta la estructura de la linterna con un total de 344 escalones. Se construyó sobre la Punta del Perro para indicar la entrada del río Guadalquivir. La primera piedra se puso en 1863 y finalizó la obra en 1867 año en que alumbró también por primera vez. Tras numerosos cambios a lo largo de su historia, en 1999 se cambió la lámpara existente por una nueva de halogenuros o halógena con alcance de 80 millas y destellos cada diez segundos. Dispone de una pararrayos que protege a la ciudad de este elemento meteorológico tan peligroso.

UN FARO QUE PIERDE EL ROMANTICISMO DE ANTAÑO.-
El progreso no es bueno ni es malo. Es el progreso. Gracias a él ha mejorado la capacidad técnica del Faro pero ha perdido casi todo su romanticismo. Desgraciadamente los fareros van perdiendo ese protagonismo romántico que les dio la historia. Se perdió el gran arenal que circundaba al Faro gracias a la especulación. Un arenal donde se daban cita parejas y ofrecían su primer beso a la luz de la luna. Un arenal donde el pintor Julio Ceballos tenía su renombrado bar El Promontorio y donde allá por los 50/60 cantaba Gracia Montes en reuniones de amigos un tango de 1860 que ya había popularizado La Niña de los Peines: “El Faro de Chipiona/ lo van a poner más alto/ pa que alumbre a los mares/ y no se pierdan los barcos...”.
Historias de fareros, aquí llamados faristas. Algunos nacidos en Chipiona, como Antonio Caballero o Julio Gutiérrez  desafortunadamente ya fallecidos . Otros que vinieron de fuera y fundaron una familia, entre los que destacan José Molina y Juan Poza. Éste último, en la década de los 30, protagonizó una bella historia de amor al casarse con Regla Villanueva una chipionera 17 años más joven que él que trabajaba de limpiadora de las dependencias.

La Segunda Guerra Mundial, les llevó con su hija de diez años a la isla desierta de Las Columbretes en la costa castellonense, de ahí a Marbella, Rota donde falleció y Chipiona en la que reposan sus restos, donde nació su amor.
Todo ha cambiado. Ya no hace aquí un alto en el camino con su coche y sus perros el Infante Don Alfonso de Orleans. Tampoco el almirante Carrero Blanco, benefactor de la localidad, cuya muerte aceleró grandes cambios en España pero que paradójicamente retrasó el desarrollo de Chipiona. Moscardó, el general del Alcázar de Toledo, quedó también en el recuerdo. Atrás quedó el exilio dorado del profesor y ex ministro de la República Manuel Giménez Fernández. El Faro sigue ahí, testigo mudo de la historia chipionera. En el rostro de uno de sus fareros, Septimio, personaje de bonhomía, aún quedan vestigios de ese añorado romanticismo.