domingo, 10 de mayo de 2009

CAEPIONIS ACOMODATORUM INCORDIAE



“Historias de aquí”(*)

Queridos amigos de la fauna Ibérica, hoy vamos a hablar de un raro espécimen de nuestra Fauna. Dicho espécimen es el denominado “Caepionis Acomodatorum”que viene del latín Acomodata_Acomadatae.
Bueno pasemos a describirle. Solo se conserva en Chipiona ( no son los camaleones como algunos habrán pensado ya) y que posee las siguientes características: pertenece al género humano, aunque a veces salgan a relucir ciertos matices de aves de rapiña, su edad es variable, los hay de los que podríamos decir que son jóvenes hasta los que tienen más arrugas que un higo (seco).
Su alimentación: por lo que se ha podido comprobar comen de todo. Comportamiento, es algo inestable, ya que pueden pasar en milésimas de segundo de un aparente reposo, y digo aparente porque en realidad tienen sus ojillos entrecerrados que están conectados a un órgano extraordinariamente desarrollado situado en la coronilla, el cual les permite como ya les dije en milésimas de segundos detectar a la posible presa y así puede pasar de un aparente reposo a convertirse de repente en un ser extremadamente ágil, que como un puma salta sobre su presa antes de que se de cuenta.

Lugar de ubicación: al principio se situaban en un pequeño sector del pueblo, situado en el entorno de la estación de autobuses de “Los Amarillos”. Por aquel entonces eran pocos, pero proliferaron de tal manera que es fácil encontrarlos en cualquier esquina, calle o callejón que de alguna manera facilite el acceso al pueblo.

Otro dato importante es resaltar es que no están activos durante todo el año, comienzan a salir de sus habitáculos con los primeros atisbos de buen tiempo y una vez pasado el verano se sumergen en un aparente letargo que puede ser interrumpido en cualquier momento por un puente o cualquiera festividad en la cual salen a la caza del turista para promocionarles, eso sí a gusto del consumidor, cualquier tipo de residencia, desde un hueco de escalera ( covacha) hasta un lujoso chalet en la orilla del mar.

Hablemos ahora un poco de las presas, digo de los turistas. Los que ya han venido anteriormente, saben del peligro que corren y prefieren entrar en el pueblo utilizando para despistar a los depredadores, digo a los acomodadores, mil y una artimañas. Unos, por ejemplo entrar amparados por la oscuridad de la noche, otros utilizan caminos vecinales, no acosados por ahora, otros prefieren entrar disfrazados. Por ejemplo en vez de entrar con su propio coche entrar con una mulita cargada de patatas, para despistar. Todas estas artimañas están destinadas a poner a prueba la sagacidad y perspicacia de nuestros amigos acomodadores.



Pero ahora amigos de la Fauna Ibérica pasemos a describir lo que puede pasar al pobre turista que viene solo con la sana intención de pasar un verano tranquilo sin problemas lejos de estrés, del agobio de la ciudad.

Situémonos: Hora; 4 de a tarde, mucho calor, levante en calma. Lugar, esquina de los Amarillos. Este lugar estratégico está cubierto perfectamente por los acomodadores, dos en cada calle, de las que confluyen en la estación de Los Amarillos; sentados en las sillas de la playa parecen inocentes pueblerinos que han salido a tomar un poco de fresco a la sombra de un árbol.
Unos hablan quedadamente, otros aprovechan para zamparse una fritada de tomates en la cacerola preparada a tal efecto. Una mujer parece estar sumida en el jersey que está tejiendo, otro de nuestros amigos toma café tranquilamente sentado en el banco de la estación. No se parecen en nada unos a los otros, pero tienen algo en común, tienen los ojillos entrecerrados, apenas se ven de qué color son.

Por la avenida de la Diputación se acerca un coche, está lejos aun, pero simuladamente ocho pares de ojos felinos se dirigen hacia el automóvil; están vigilantes, pero todavía es pronto. El coche ha llegado al cruce de la plaza de abastos, el semáforo está en rojo y se para. Nuestros amigos divisan de una sola mirada las maletas y demás bultos fuertemente sujetados a la baca del coche y al mismo tiempo aciertan, casi divisan la matrícula del coche, SE 578473- AB. Es todo lo que necesitaban, toda la actividad cesa: la conversación se interrumpe secamente. La señora que está comiendo deja de masticar el tomate frito hecho sopones, mientras el tomate le resbala por la comisura de los labios, yendo a caer de nuevo sobre la cacerola y al hacerlo salpica todo el vestido; la mujer que está haciendo punto, para automáticamente y se le saltan dos puntos, pero eso es lo de menos para ella. Nuestro amigo del café deja la taza a medio camino entre el termo del cual se lo ha servido y la boca, cayéndole unas gotas oscuras en la camisa blanca, pero parece no importarle. Toda la atención está centrada en la presa.


El automóvil está casi en el lugar de la emboscada. Describamos a los ocupantes. El conductor es el cabeza de familia, un hombre de unos 40 años, cansado del viaje, sudoroso y deseoso de descansar un rato. A su derecha, su señora que sueña con los pegotazos que se tirará con sus vecinas cuando en el porche de su casa les cuenten que si mi bronceado de la playa, que si mis vacaciones en el mar, en fin pueden ustedes imaginárselo. Detrás va la prole. Una chica y un chico, ambos de edad aproximada 17 y 18 años, los dos deseosas de conocer sus futuros ligues. Y el pequeñajo de 5 años incordiando. Pero de postre también trae a la suegra, que no para de dar la vara; que si el calor, que me duele la cabeza, que me molesta el humo del tabaco, que me mareo, como todas las suegras, vamos.
En fin que nuestro hombre está ya al borde del shock nervioso. En esto que nuestra familia llega al sitio clave el cruce de la estación de Los Amarillos y como por encanto aquellos cuerpos indolentes, aparentemente ajenos a lo que pasara cobraron vida, saltaron elásticamente de sus asientos como el halcón se lanza sobre un pequeño roedor que ha divisado ente la maleza. La señora que comía tomate se lanza como un puma, con la boca todavía llena de tomates fritos y a la vez gritando con la voz atascada y escupiendo migajones rojos ¡¡¡ Casa, piso!!!

La señora del punto se pasa las agujas a la mano derecha y avanza corriendo, semejándose a un caballero medieval que blandiera en su mano la lanza del combate. El señor del café aun con un sorbo en la boca grita con voz ahogada, haciendo gorgoritos ¡¡ Apartamentos cañizo, camping, huecos de escalera!!! Cuando todos confluyen en el automóvil se produce la hecatombe, la señora del punto por poco si deja tuerto al pobre turista, el señor del café derrama lo que le quedaba del mismo encima de la suegra que grita histérica y la señora que comía tomates fritos, vuelca la mitad del contenido en la cacerola sobre el último modelito de la señora.

Señores suyos una escena dantesca que día a día se repite y que los chipioneros acogen con una sonrisa, acostumbrados ya a ver semejante asedio. Bueno prosigamos, nuestro amigo turista asustado, aterrorizado al ver como se han abalanzado sobre su coche y escaldado de los desmanes que suelen suceder en Sevilla cierra velozmente su ventanilla y ordena a su prole que le imite. Mientras tanto las acomodadores siguen profiriendo sus gritos entre inteligibles y desaforados y poniendo el coche lleno de tomates fritos y café.
Dentro del automóvil la familia se mira entre asustados y sorprendidos. La hija de nuestro amigo está a punto de llorar y le viene a la memoria una escena de una película de terror en la que 5 ó 6 zombis atacan a una familia que iba en su coche. Pero poco a poco los buitres, digo los acomodadores, se dan cuenta de lo que han conseguido y con una mirada entre ellos rápidamente y al unísono se calman. Pasan 2 ó 3 minutos, largos tensos, angustiosos, en los que las miradas se cruzan entre los ocupantes del vehículo y la extraña comitiva de bienvenida.
Nuestro amigo se decide a bajar lentamente la ventanilla y por fin todo se aclara: los acomodadores más tranquilizados les dicen: ¿Qué desean ustedes? Pisos, chalets, sótanos, huecos de escalera, sombrajos, toldos, retamas en el Camarón, lo que sea que me pida tengo. La familia respira con cierto tranquilidad y piensa “nos habían advertidos, pero no creía que fuera tanto”. Por fin exponen sus necesidades de viviendas y se dejan llevar por sus caricaturescos guías.

Aquí comienza el largo peregrinaje por mil y unas casas de Chipiona, el regateo, el tira y afloja, que si sí, que si no. Todo un arte esto del regateo. Y por fin después de 6 horas bajo el sol, encuentran lo que querían. Todos contentos; la dueña de la casa por haber alquilado, los acomodadores por haber recibido su comisión. Y nuestros amigos se sonríen por la noche mientras que comentan las peripecias sufridas ese caluroso día. Todo por un ritual este del alquiler de casas por medio de acomodadores, sí señor.

MORALEJA: Si quieres alquilar unas casas, mejor si por la esquina de Los Amarillos pasas



Nota: Todo parecido con la realidad de personajes, situaciones o lugares es mera casualidad y producto de la imaginación.

(*) Publicado en Chipiona Informativo 1985

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